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Metamorfosis: de un adolescente hacia un ludópata

  • Foto del escritor: Guillem Vives Estivill
    Guillem Vives Estivill
  • 23 abr 2019
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 24 abr 2019

La mañana en Barcelona está marcada por los despertadores y las nubes. Estoy desayunando en la cocina, con el ritmo del que se acaba de despertar. Me encuentro mirando el móvil cuando, de repente, me aparece un mensaje emergente que me invade toda la pantalla: El delantero del Barça Luís Suárez me sugiere que he de entrar en esta casa de apuestas ¡que me regala veinte euros para que apueste ya mismo!


Serán las legañas que aún tengo o la desconfianza hacia quien pasa sin llamar, pero sin muchos miramientos desatiendo el consejo del famoso futbolista y cierro esa publicidad intrusiva.


Cojo la mochila y me dispongo a ir hacia la universidad. Estoy esperando el metro, y un grupo de chavales de no más de 18 años años están hablando de los partidos de ayer, y uno se enfada y dice “El malo de Suárez me ha jodido 5 pavos, mira que era fácil meter esa”.

La misma persona que antes me había prometido veinte euros mientras desayunaba ahora le había quitado cinco a este joven.

Pienso en esa ironía en mi camino hacia mi clase, donde encuentro a mis amigos. Nos sentamos en la sexta fila. Con la mirada dirigida a la pizarra, no puedo evitar ver que hay por lo menos 10 personas con el ordenador que están visionando alguna casa de apuestas, comparando resultados y cuotas.


Voy a comentar este extraño fenómeno con mi compañero de la derecha, pero al girar la cabeza veo que él tiene sus ojos clavados en su móvil, realizando la misma acción que sus homólogos compañeros de delante.


Me parece desolador para el sistema educativo, y más desolador es el hecho de que se encuentren como adictos en esas páginas, atrapados en los píxeles de una página que les promete dinero sin escuchar a un profesor que transmite conocimientos.


Acaba la clase para unos y el tiempo de apuestas para muchos otros. Al salir por la puerta mis amigos van a tomar algo, y yo me uno. A la mesa estamos sentadas nueve personas, pero hay un grupo de cuatro que se encuentra cerrado en banda. Al acercarme para hablar con ellos, veo que siguen con la misma cantinela.


Si hablaran de deporte me interesaría, pero en esa conversación no se nombra casi ningún elemento táctico ni técnico, solo números y beneficios. En esa conversación no puedo participar.

El hambre me llama y me dirijo hacia mi casa. Cualquier otro estaría cansado de tanta apuesta y juego, pero lo peor está por llegar. Mientras espero el autobús siempre suelo mirar lo que hay a mi alrededor, y al girar la cabeza y mirar la publicidad de la marquesina, me vuelvo a encontrar con publicidad de casa de apuestas. Parece una mala comedia. Incluso desde mi ventanilla atisbo diversas pancartas publicitarias y que sus proporciones se cuentan por metros.


Mientras espero a que se caliente la comida, estoy planteándome cómo el juego está infiltrado en tantos ámbitos de la vida de la gente. El timbre del microondas me interrumpe, y con todo puesto en la mesa, decido encender la televisión para enterarme de qué está pasando en el mundo.


El presentador que me estaba informando sobre los ataques que ha sufrido la catedral de Notre Dame hace tan solo cinco minutos, ahora me comenta que hay una casa de apuestas que me interesaría conocer ya que ofrece las mejores cuotas del mercado.


No es un día especial en mi vida, es un día corriente en la vida de los jóvenes de esta ciudad, donde el juego acecha en todo momento y todo el mundo está en el juego.

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Facultad de Ciencias de la Comunicación - UAB (2019)

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